Extracto de una conversación con Antonio García Olivares
Me hablas de ellas y casi puedo percibir el aroma de esa casa. Ver a Itannana e Isannana me recuerda a otra figura muy distinta, que me dejó un marcado recuerdo.
Petra. Una mujer en la que se detuvieron las ideas y por toda comunicación le era permitido repetir, una y otra vez, el final de una frase.
Nació, como mi padre, en un pueblo de Teruel, Albalate del Arzobispo. Estaba siempre sentada con un pequeño recipiente en el que se recogían los fluidos que caían de su nariz y boca. Cuando jugábamos a su alrededor, fijaba sus ojos en nosotros como si fuese una de aquellas muñecas de porcelana que daban un poco de miedo.
Por la noche, salían las mujeres "a la fresca" y hablaban. Tendría yo tres o cuatro años. Sabía de memoria un cuento y mi nombre. Una de esas noches Petra clavó sus ojos en mi juego y entró directamente en él preguntando ¿cómo te llamas?...¿cómo te llamas?..¿cómo...? De mis labios salió mi nombre asustado: María Salomé. Ella lo repitió de una manera tan mecánica que pocas veces de niña he llorado tan amargamente. Me pareció que se quedaba mi nombre.
Ya habría cumplido los cinco. La noche y el tren es otro hermoso recuerdo asociado. Iba con mis padres a Barcelona. Un niño de mi edad viajaba con los suyos en el mismo vagón. En algún momento le pregunté ¿cómo te llamas? y respondió de una forma natural "Carlos". Repetí su nombre, Carlos, haciendo sonreír a todos los adultos. En ese momento recuperé el mío.
Fuimos de la mano a mirar por la ventana.
Me hablas de ellas y casi puedo percibir el aroma de esa casa. Ver a Itannana e Isannana me recuerda a otra figura muy distinta, que me dejó un marcado recuerdo.
Petra. Una mujer en la que se detuvieron las ideas y por toda comunicación le era permitido repetir, una y otra vez, el final de una frase.
Nació, como mi padre, en un pueblo de Teruel, Albalate del Arzobispo. Estaba siempre sentada con un pequeño recipiente en el que se recogían los fluidos que caían de su nariz y boca. Cuando jugábamos a su alrededor, fijaba sus ojos en nosotros como si fuese una de aquellas muñecas de porcelana que daban un poco de miedo.
Por la noche, salían las mujeres "a la fresca" y hablaban. Tendría yo tres o cuatro años. Sabía de memoria un cuento y mi nombre. Una de esas noches Petra clavó sus ojos en mi juego y entró directamente en él preguntando ¿cómo te llamas?...¿cómo te llamas?..¿cómo...? De mis labios salió mi nombre asustado: María Salomé. Ella lo repitió de una manera tan mecánica que pocas veces de niña he llorado tan amargamente. Me pareció que se quedaba mi nombre.
Ya habría cumplido los cinco. La noche y el tren es otro hermoso recuerdo asociado. Iba con mis padres a Barcelona. Un niño de mi edad viajaba con los suyos en el mismo vagón. En algún momento le pregunté ¿cómo te llamas? y respondió de una forma natural "Carlos". Repetí su nombre, Carlos, haciendo sonreír a todos los adultos. En ese momento recuperé el mío.
Fuimos de la mano a mirar por la ventana.
Nunca he perdido este recuerdo.
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