martes, 6 de octubre de 2020

EN EL AUTOBÚS

 

Esperaba, como todos los días, el autobús. 

Subí la primera, aunque era la tercera en una fila que fue aumentando desordenadamente. 

La máquina dijo que no, que mi tarjeta no era válida. Volvía validar y la respuesta fue la misma: “que no”. 

Los pasajeros pasaban (también de mí) y el conductor se multiplicó en dispensar los billetes y comprobar que mi tarjeta de transporte era legal. (Yo no tenía ninguna duda). Se le veía cansado y se dirigía a mí de manera displicente. Después de varios intentos con una incómoda expresión, me dijo con tono cansino: “puede pasar”. Y pasé. Pasé de él, sin darle las gracias. 

Hay que comprender que a veces (pocas), se comportan (nos comportamos) como autómatas y la empatía es un oasis donde reponer fuerzas. En ese momento él no estaba para responder emocionalmente y yo quise guardar silencio para no hacer hablar a las máquinas. Estos días están de huelga y la lucha por los derechos desgasta. 

Mi “des-agradecimiento” me hizo sentir incómoda y pensé que la solución hubiera sido dar dos golpecitos cariñosos a la máquina validadora dejando constancia indirecta de que me hacía cargo de su agotamiento. 

A través de la ventanilla el paisaje era gris, pero se adivinaba un sol que podía llegar en cualquier momento. 

Y llegó.

 


 

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