(Fotografía: Manuel Muñoz)
Alguien perdió una carta dirigida a alguien (yo sé quién fue) y decía así:
“Para ti.
Hace un día muy hermoso. Qué quietud. Qué silencio. Tanto
como mi paz. Soy feliz.
Respira hondo (aquí venía el nombre del autor), que de más
hondo aún viene tu dicha.
Qué pena quererte tanto, qué pena; pero qué alegría también
tener esta pena.
Este hombre, el mejor que he conocido, podría haber sido
tuyo.”
(Fotografía: Manuel Muñoz)
Si yo hubiese sido la destinataria de esta carta (y lo era), hubiera
respondido así:
“Tienes razón. Es el mejor por ser el único que has conocido.
Si te hubieras “reconocido” esa pena estaría en su sitio y hubiera traído su
espacio.
La diferencia en decir “tuyo” a “tu yo” es fundamental. Mi
yo solo espera reconocerse en mí para no invadir el espacio de los demás. Si yo
hubiera sido tú no habría para mí felicidad posible.
Tuyo debiste ser tú y no pudo ser.
Estoy segura de que ya lo has comprendido todo. Para la
conciencia universal tú también eres imprescindible. En este final pudiste
respirar con la hondura debida.
Yo nunca he dejado de ser feliz.
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