La crítica a cualquier idea debe llevar un espacio en el que alojar a quien sinceramente está creyendo en esa idea. De otro modo se pierde la razón y algo más.
Yo no soy católica y estoy dispuesta a denunciar los abusos de quien está al frente de la iglesia. Pero no puedo aplicar el mismo diagnóstico con las personas que de buena fe están creyendo en ese dios y de ninguna manera puedo interferir en sus manifestaciones. Si denuncio, tengo que “salvarme” de “mi” prejuicio en mi relación con los demás. De otro modo vacío de contenido mis ideas y ese “vacío” es contagioso.
Está ocurriendo en política. Hay cuatro mangantes frente a cuatrocientos honestos. La proporción es clara, pero el desastre de esos cuatro es irreparable.
Hay quien se lo toma con humor. Un club de fútbol, al indicar los colores de su uniforme ha puesto: camiseta y pantalón color: CACOTA.
Dicho esto, pasemos al mundo onírico. Te cuento.
Voy caminando hacia un alto edificio que tiene forma circular. Subo las escaleras hasta el último piso. Tengo planteado un gravísimo conflicto para el que no encuentro salida. La única solución es tirarme por la ventana.
Salto.
Mi hermana-amiga (también en la vigilia) que está allí, me ve y salta detrás de mí.
El descenso es trágico. Mis gritos para que no me siga no pueden ya hacer nada. Mi argumento explicando que es algo a resolver por mí en soledad, no puede cambiar la ley de gravedad.
Yo caigo bien, sin problema. Ella se estrella y muere.
No es fácil expresar en toda su magnitud mi dolor y la fuerza con la que la abrazo. Grito, sin violencia, para que la vida me escuche, que yo quería asumir responsablemente, sola, en primera persona, el problema que se me planteaba.
Ese convincente abrazo le devuelve la vida. (Imagínate mi sensación de agradecimiento)
Le acompaño hasta la puerta del edificio para que vuelva a entrar.
Me despierto serenamente.
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