Una Niña
Estaban sentados cerca de mí y me llamó la atención su hablar preciso, con un tono propio de su edad, no más de cuatro años. Jugaba con él y le ganaba en la carrera de romper burbujas de aire, esas que protegen cualquier cosa que se deje envolver.
Me sorprendió oírle decir: “Papá, yo no quiero ir al cielo, porque allí no veré a mis amigos, ni a ti, ni a mamá…”
Él salió del paso con un “en esa altura se
ve todo, incluso puedes volar como los pájaros”. Ella crecía en entusiasmo.
“¡Es que dios es el mejor!” lanzó con una convicción que provocaba celos
divinos. Su padre siguió el juego: “Es tan bueno que nos pone un ángel de la
guarda para cuidarnos” y le puso ejemplos de peligros pasados en los que ella
se hizo menos daño del que debía por estar protegida. ¡Era eso! Rápida, como si
tuviera alas, recordó el día que le pisó y no hubo ninguna herida, a pesar de
que el dedo más pequeño de su pie había quedado debajo de su
zapato-apisonadora. ¡Qué chuli es tener ángel de la guarda! exclamó alborozada.
No vi la expresión de su padre, pero seguro que sonreía.
Era cierto ¿Dónde iba a estar dios mejor guardado que en aquella bondadosa pregunta? Dicho lo cual no di el juego por terminado.
Bajé del autobús. La mañana era cálida y había un extraño silencio.
¿Quién
preguntará por ella para que ese dios pueda volver a ocuparse de la
responsabilidad que le corresponde?
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