Dibuja
un recorrido que intuyo interesante, pero no entiendo bien qué dice… y me dice:
“Tienes
que elevarte”.
¿Te
sigo o me distancio?
“No es
incompatible”, contesta. “Tomando altura no me perderás de vista y además te
encontrarás leyendo lo que escribo”.
Me cuesta. Tengo vértigo (no por la altura, sino por dejar el suelo que da seguridad) y el bolígrafo me ofrece su apoyo. Tiene una caperuza en la que puedo situar mi vista y cambia el panorama. Aparecen varias dimensiones. Puedo seguirle y leer lo que escribe al mismo tiempo.
Cuenta
la historia de alguien que se empeñaba solo en el espacio/tiempo y su vida era
como un agujero negro. Un buen día recibió una clave. Mejor dicho, la
traducción de una clave que tenía encriptada.
Se
dejó llevar y apareció al otro lado. Desde allí se veía completo. Le costó
reconocerse porque hasta entonces no supo que los demás eran espejos suyos.
El
viaje fue ambivalente. Duro y hermoso, pero por fin se encontraba… feliz porque
se encontraba.
Curiosamente
lo que parecía un final era solo un principio.
Le
agradecí a ese bolígrafo su empática historia que me sonaba a música celestial y quiso volver a contármela.
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